GALERÍA DE «APANCHO Y LAUREL»
Hay que tener cuidado con la poesía
porque ya apesta a mala poesía
y a la lírica de hoy
solamente le quedan el instinto y el dato
lo demás se llama cursilería putañera
de a dos por un peso.
«Con los cambios y transformaciones en todos ámbitos de la vida y el conocimiento humanos, la poesía se quedó fuera de órbita; no cabe en la televisión. Contiene un lenguaje difícil, complejo. Ya de por sí en la época del cabrón de Octavio Paz, la poesía ya se había vuelto más encabronadamente complicada y difícil. Tú tenías que empezar a formarla porque los poetas solamente te daban los primeros elementos. Y es que a la poesía ya se la había llevado la chingada, y en este momento parece que ya no queda ni madre de ella. Hay que reconstruirla».
Rubén Vizcaíno
Lo que predomina y se arroja a los ojos de los lectores —además del nefasto pedigrí de quien se las nalguea de poeta— son visos de pedantería, tropel de palabrería boba e insustancial, sensiblerías baratas, desvíos léxicos y efímeras patochada. Casi todo lo que se publica como poesía es burundanga y solipsismo; palabras apiladas sin ton ni son en supositorios seudoculturales. Poesía que no es poesía en una grandeza que es miseria cultural. La expresión de verso incisivo se encuentra sometida a envolturas artificiosas y se manifiesta a través de una escritura jodidamente panochera.
Si desgobiernan la cosa pública tipejos cretinos y mediocres hijos de puta, en la literatura hay poetas con ese mismo talante. En la politica están los pillos demagogos, y en la poesia hay reptiles que, gracias a panegiristas y aduladores, quieren subir al Parnaso. Resonancias de un cuatachismo trufado de lambisconerías; omnipresencia falsa, hija de un lirismo torpe. La poesía no como asunto del lenguaje, sino del apalabre. Para ensanchar más el descrédito, súmele a esto el estigma de cursilón y marica que se ha ganado a buena ley el poeta.
Se entregan al despilfarro verborreico como si compitieran para ofrecer un producto literario no apto al sentido común; y con tal nebulosidad expresiva acaban espantando a los lectores. Y todavía tienen el descaro de quejarse que escriben y no hay lectores. ¿Para qué los quieren?, ¿para hundirlos en su pantano conceptual, en sus galimatías, en la falsedad pomposa de las grandes palabras, en los vagabundeos incoherentes? Estos bailarines —como dice Milan Kundera— se sirven de la tragicomedia para escalar posiciones.
Soberbia de los tertuleros, vedetes y traficantes de cursilerías que ya piden la mirra y el incienso, simplemente porque han ganado algún certamen literario con poemas de temática diluviana: la patria, la paz, el amor, la fe y demás idioteces.
Verso pancheril y gazpacho clamorero. Así es el modo pedestre como se ejerce la poetiada; con poca inteligencia, mucho descaro y superficial diletantismo. Faena escritural a la que no le meten seso y en la que abundan y se revuelven desatinadas extravagancias estilísticas o esputos metafísicos, complacencias para fulano o perengano, verbena noticiosa y progromos fragmentados de alguna modita estética, superficial y pasajera.
Cuando la alienación intelectual pierde su calidad engatusadora otros fetiches y nuevas formas de adaptación y asimilación irrumpen en el panorama sociocultural. La escolástica academicista se torna en promoción de los valores del éxito y del liderazgo mezquino, propios de la «cultura de la eficiencia»; y que no es otra cosa que porquería de reciclaje del sicologismo chafa, esoterismo «niuéich», optimismo hipócrita y relativismo ético. Grotescos individuos en representación del elitismo y figuras de la metamorfosis mediática el intelectual. Para trascender más allá de su enclenque existencia, vana será su ilusión de eternizarse en un papel que casi nadie hojea, por tanto deben ponerse la chaqueta de merolicos, publicistas y titiriteros titiritiados.
Sigue con esos pinchis ojos de chichi de liebre, clavados sobre un toliro culturero. Está como petrificado el güey. Sino fuera por esas muecas tan horripilantes que hace, y que lo delatan como sustancia viviente, cualquiera daría por sentado que es un maniquí.
—Qué cuadro tan patético. ¿Será ese mutismo un ejercicio de previo calentamiento para que fluya la escritura?
—Yo lo dudo.
—¿Así se la pasará?; en el silencio y en la inactividad. Qué manera de morir en vida.
Ay, qué románticos. Prisioneros que le exigen a su carcelero lo imposible: libertad. Qué magnanimidad. La peripatética labor de los gárrulos y truchimanes culturosos lleva enchufado el indecente joyo.
Aquí el talento y la calidad son lo de menos; estorbos que hace rato dejaron de considerarse. La producción poética, aunque esté dotada de calidad, estilo, fluidez, etc, sencillamente vale pa pura madre si su autor no es descocado lisonjero o santo de la devoción de los proxenetas cultureros. Hazaña desvergonzada, hija de la prevaricación culturosa y el tráfico de influencias.
La megalomanía mujeril, tema predilecto aunque sea una panoplia enredada entre las viejas telarañas de la dicotomía disyuntiva: esposa ideal o prostituta institucionalizada. Obsoleto papel de viejas gruñonas, ridículas paladinas del matriarcado. Frigidez y coraje como resistencia sexual de manolinas renuentes a someterse a las condiciones óptimas de placer conscupiscente, renegando de las labores domésticas y serviles. No hay más tema que haga eco en sus tatemas.
La banalidad seguida por la hipocresía ladina; pegada a la indiferencia social, el apoliticismo por conveniencia, la voluntad desviada o inconsciente, la resignación fatal, la inercia mental y el servilismo. Si cambia el sentimiento, cambia la poesía y se vuelve mercancía, chafa y baratona.
Son tenues los parpadeos de poesía lo que hay en estos solares fronterizos, las aproximaciones a la literatura son poco serias; el quehacer escritural se haya mangoneado por capillas que seleccionan, escogen y editan, en su mayoría, porquería y media. Y ¿la supuesta crítica literaria?, ésta anda peor, y tal parece que deambula por el camino de los desatinos y de las complacencias chupapollescas (se mantiene en los cuatro vicios o escollos que debe evitar el buen crítico: diletantismo, nebulismo, doctrinarismo y cuatachismo)
Las prédicas que berrean los merolicos en torno a difusión de la cultura en beneficio de todos individuos son meras falacias. Se pasan de riatas ¡Qué poca madre! Semejante chingadera es una burla, apriorismo platónico, porque cumplir como acto concreto tal abstracción sería el suicidio de la clase dominante. Por ello es conveniente a los intereses de la clase dirigente sobreponer la ficción a la base económica, ignorando sus articulaciones. Una racionalidad que no es racional, como dijo Marx; porque el hecho empírico, en su existencia empírica, tiene otro significado. El interés por el pueblo sólo existe en sentido formalista gracias al «espíritu objetivado».
Aunque se carga una careta de melolenga, la manola tiene lo suyo: unas tetitas bien paraditas, unas nailon chukis, unas piernas y muslos de quinceañera cherri.
—¡Tripea las ubres que tiene esa pinche ruca, carnal!
—¡Qué pinchi borrachera láctea me iba pegar con esas chichimecas!,
—Se pareces a una vieja que busco pa terminarme de criar.
Como hacedoras de poesía están pal arrastre; estas madmuaselas no sobrepasan la categoría de vulgares emborronacuartillas, implosión de repeticiones donde la relación entre el poeta y el poema es incompatibilidad pura. Sencillamente un gazpacho que no tiene nada qué decir como poesía porque —vaya la rebuznancia— no es poesía en un sentido estricto de lo que la exégesis más barata podría concebir como tal.
Así es como la pedantería, el cinismo esnob y el vedetismo mamón se perfilan en megalomanía y propaganda curricular; prueba irrefutable de que no existen aspiraciones y preocupaciones netamente literarias. En el fondo son tan rudos e incultos como la chinaca popular; y por más que se esfuercen en mostrar «elevado» espíritu culturero , «exquisitez» en el gusto, sutilezas emotivas y demás finuras, tarde o temprano sale a relucir la condición sicológica y la férula de los misérrimos. Actitud mezquina y prejuiciada con la que se autoengañan como la chamaca pueblerina y pobretona que piensa que la belleza le permite la entrada a la clase alta.
La trascendencia está en la parsimonia, es decir, que la raza se acostumbre a recitar y oír notitas pajariles y declamar embelesos; pasársela bien chévere, cotorreando chidamente el momento de las reuniones y chingarse unos alipuses. Porque así se consolidan la imagen y las apariencias.
Quienes participan y se acurrucan en torno a esta porqueriza cuasipoética lo hacen sencillamente para salir a «escena» y darse taco. Algunos son atraídos por el abstraccionismo de arcaica ontología y se lucen escribiendo disparates y mamadas ininteligibles, creyéndose muy «autorreflexivos», «profundos» o «analíticos». Pero, en realidad, no pasan de ser unos pinches pasticheros de mierda, lisonjeros de apariencias subartísticas e improvisados letreadores que lo único que logran es convertirse en víctimas del pérfido humor y de la burla.
La literatura, como un ejercicio de inteligencia y de imaginacion, ha sido estrangulada por las contradicciones e intereses oportunistas que escudan estos melolengos en su faltriquero discurso de «ideas polivalentes». Su mejor trabajo lo cumplen en el momento en que alguno de sus benefactores o mecenas entra al escusado y lo esperan a calzón quitado y tendidos en veinte uñas.
Hay cabrones y cabronas que participan en la cofradía de «Apancho y laurel» como si deveras se tratara de gente escribidora, pero ni siquiera saben echar al ruedo la mínima virtud letrera. Ignoran los rudimentos basicos de la escritura y sufren la orfandad de las nociones básicas del arte literario. Bola de suatas, más habituadss al plagio melcochero y a la gesticulación verborreica que a la auténtica actividad literaria y poética.
La misma pereza fatalista, la misma deslealtad intelectual, el mismo esnobismo mamón y la misma irresponsabilidad; funcionan y trabajan la víbora del mismo modo: necesitan de las limosnas institucionales y de las dadivas empresariales para sobrevivir, publicar y darse a conocer. No hay otra manera para gestionar el reconocimiento ante los demás.
No saben qué es la poesía pero son sagaces para armar puterío, libar agualoca y licenciarse, de manera frenéticamente light y bravera, en oficios homéricos. No obstante que lo que escriben no pasan de gansadas y de pringosos versitos, rapiñados con alta dosis de cursilería y desmedida culequera.
Triste paradoja de discursos agoreros; textos trazados por los dictados del capricho y la ignorancia supina. No hay más garantía que la simulación; padecen anorexia cultural, pletórica encarnación del rocstarismo. Pura maniobra envolvente de embelesados que creen que la realidad está en su cerebro.
Conqué desfachatez y ligereza se exhiben como poetas y autoras de supercherarios seudoliterarios, ideados con la ingenuidad más melolenga que puede existir; con la insolencia hacinada en el capricho y la tremenda ignorancia. Más frucífero hubiera sido que invitaran a cualquiera de las Marías que venden chácharas en avenida Revolución para que integraran el canon de colaboradores de «Apancho y laurel». Las rucas, como escritoras de poesía, serían más influyentes y de mayor peso literario que los carasduras que allí pululan.
Regularmente se confunde a la poesía con la intuición poética, es decir, con la pura emoción de palabras. La emoción humana es emoción poética, pero no es poesía. Oh, qué maravilla.Y decir que a nosotros apenas nos llega un destello miserable de ese gran torrente de iluminismo que esos güeyes amacucan.
Así como Dios ha sido desde siempre el objetivo de todas las religiones, con la panocha sucede lo mismo: todo cabrón a la pucha suele ser hacia donde dirige sus objetivos. finalidad primaria en la vida; allí tienden a ir antes que a otra parte. Hay quienes aseguran que en la chutama es donde se fragua el poder del amor y se burlan de aquellos que creen que el amor puede ser puro, o sea, ajeno al coito.
Esas nalgas, esas piernas, esos muslos y esos cacharros no les van a durar para siempre. Cuando las rucas terminen de trasquilar su mastuerzo seudopoético ¿tendrán tiempo de pensar qué hacer pa ganarse la vida?
—No, yo no tengo intención hacia ella que no sea la de un asunto literario. Ni estaría bien que yo la cortejara. Además, se ve que es una señora decente de regios principios, una profesional con mucha ética.
—¡Qué bah!, nomás juega la parte. Muévele poquito la machaca y verás que afloja el tambache más pronto de lo que canta un kikiriquí.
—Eso de la poesía es un burdo disfraz que se pone para que no sospeche su marido y guardar las apariencias. La fiebre vaginal apenas la puede disimular. Casi ladra con la esa madre, parece que quiere lanzarse sobre tulipán. Aprovecha las circunstancias.
—¿Tú crees que sea así?
—¡Agüevo! Finge, la rectitud y la seriedad que manifiesta es un disimulo. La misma hipocresía social que vive la ha obligado a portarse como la mojigata que no quiere ser.
La poesía es una efusión teoremática de un mundo absurdo, vencido por el vértigo de la angustia y la soledad.
—¡Ay!, no quiero escribir... Escribir es tenerle miedo a las palabras. La literatura es una farsa, un simulacro.
—No. Lo que pasa es que estás acabado. No te sale ni un verso.
—¡Cómo que no? Mira nomás qué maravillas hago.
La rucas traían una hambre de poesía más cabrona que la de un maestro de escuela rural. Y yo, que estaba a merced de su fieras lascivas, en tal coyuntura les declaré mi admiración y deseos a la usanza romantiquera, y a cuyos versos que declamé eran los flecos de los calzones de Cupido.
¿Qué no guachan que allí sólo pululan huehueches que se apasionan por naderías? Es una asociación formada por ineptos panboleros acostumbrados a venerar escritoretes que no pasan de vulgares folicularios y con el espíritu en franca bancarrota. Muy a menudo se escogen a perfectos imbéciles y cínicos charlatanes como los baluartes del la cultura fronteriza.
Cada vez que pueden meten reversa a su tartana retórica, aprovechando las oportunidades que brinda la ambivalencia semántica y haciendo arrobos en los postulados de la filosofía chimultrufiana, eficazmente práctica con el siguiente abracadabra: «como digo una cosa digo otra; sí pero no, o no pero sí».
La poesía que no se encuentra a la altura del momento histórico y de las circunstancias en que vivimos. Pero sin charlatanismo no hay celebridad.
Para sobrevivir deben congregarse en capillas tertulera; no podrian funcionar apartados de tales cofradías que fungen como centros pervertidores de la poesía.
¿Escriben para darse gusto, para extirpar sus angustias existenciales, por compromiso con la vida, o porqué lo hacen?
¿La poesía es un fin o un pretexto?; ¿porqué aprovechan la ocasión para fingirse poetas?; ¿porqué escriben lo que escriben llamándole poesía? ¿Creen que lo que escriben es realmente un producto literario que entra en los cánones de la poética?
Porque es una mujer «liberada» que no le envidia nada al hombre. O sea que la gallina debe pasearse como gallo en un gallinero. Su poesía es el grito desaforado de la histeria como cliché en las superestructuras literarias y, en su vertiente real, mensaje o discursito del «corazón» como un signo de la cursilería.
Letargo tan aburrido y monótono como la música que sale de la bocina del carrito de la nieve un domingo, a eso de las cuatro de la tarde, y quien la escucha se carga una cruda marca chillarás y una espantosa ruina monetaria.
Fauna privilegiada que ha tejido mal los hilos de un destino que estaba destinado a ser mejor. Si quieren hacerle un bien a la literatura, dejen de escribir.
Cultura que se pudre en colosales margayates, en pobreterías mentales y payasadas emuladoras de tratantes seudoliterarios que aman la pendejez histórica. Un soberano hervidero de cursilerías y atejonadas frivolidades. Bandadas de seudoliteratos y granujas cuasiculturales que no tienen idea de las monstruosidades oligofrénicas que gruñen. La cultura en manos de la incultura
Así paga el destino por el tributo a la palabra. Ahora, cuando más se han deslechado escribiendo con la emoción que siente el zopilote cuando va sobre la carroña del caballo muerto. Sin salirse del «camino» que les han señalado.
¡Por las putas de la Cagüila! como una espiga de carne y pelos, la poesía penetra en lo mas íntimo, en la huronera mojada, «donde velan monstruos viciosos con enormes ojos de fósforos que hacen la noche más negra quedando visibles sólo ellos»; y suelta la chamaca poetaza un grito que se quiebra en llanto, alarido que parece salir no de un ser humano sino de una bestia agonizante; el orgásmico lirismo preludia ya, ella siente la emoción que se le hunde hasta el tuétano; y el clímax verbalizado emerge como chorro de quelites.
La gran tamalada de «autoras y poetas», partidarias de la sensiblería moquienta conque habrán de enriquecer y engrandecer el ego del macho cabrío; creyendo vanamente que con esas aportaciones sentimentales hacen una gran chingonería.
Tristes aldabonazos de un silencio que se comprime entre oportunistas conversos, esnobistas de palabrería confusa y faramalleros meta poéticos sin formación epistemológica; vocecitas marrulleras, miméticas y acartonadas, condenadas a la simplificación y al ornamento bobo. Dan muestras de una prosodia peor que la de un bolero analfabeto.
Urgidos a barbotar supercherías, panchos, y chorizos de los que el lector, espectador u oyente no sacará para sí nada de provecho; lo único concreto y aprehensible habrán de ser los vapores anales que lancen estos individuos heteróclitos de trastornos bipolares; mariposas que sustraen el néctar de sus intereses en los jardines de las antinomias. Concesionarios de una cultura abstracta, libresca, individualista y de casta.
En vez de desperdiciar tiempo y dinero en mamelucadas seudoculturales, mejor deberían organizar concursos de tetas, panochas y pompas.
La trampa vaginal se desploma; semen y jugos vaginales se trastruecan en lenguaje poético. Qué desenlace tan fácil y patético tiene la película de la revolución sexual. ¡Ah, qué tiempos aquellos! Bronte sí era rebelde, entanto que la Cleopatra sólo servía como receptáculo de líquido seminal.
La participación de las mujeres en el ámbito literario es tan vieja como la putería. Pero qué vacío está el mundo de buenos poetas. El menjurje lírico ha devenido en un asunto de vanidad social; eclosión desmañanada de los apotegmas que hablan de poesía como si se tratara de una prebenda otorgada por el dios de los cojones.
Con una mano empuñada para dar el golpe, y la otra puesta en la bragueta. Confusos y culpables. Ha de ser de ésos que se levantan a medianoche para inspeccionar la ropa interior de su pareja con la idea fija de cazar el semen de otro en dichas prendas.
Transfiriendo a su clientela el dicotómico y anémico discurso poetil, abstracto, atrasado y oxidado; sicologismo de estímulo-respuesta; con su peculiar ambigüedad, imprecisióny vaguedad. Si el hombre es tan pequeño —preguntaba Anna Ajmátova—: ¿porqué no se decide a vivir y hablar dentro de lo concreto? Porque así no habría ganancia, pues de lo que se trata es sacarle provecho al conservadurismo disfrazándolo de «progresismo».
Frívola condescendencia, ciega admiración y camaradería postiza. En cómodos subterfugios soportan sin chistar la afrenta y se dejan llevar por el paroxismo de las palabras, contorsionándose cual gusano en el anzuelo. Y es tanto el fervor que hasta se bajan los calzones a cambio de la comprensión egocéntrica.
Feminismo rascuacho y decadente que se pudrió apenas fue embrión, por que a las gallonas que lo reivindicaban se les extravío el tercer elemento de la dialéctica. Entonces se avinieron como pobres incautas, rebajándose a viles coños, dando anuencia para les metan el chile hasta por las orejas. Qué gran avance se vislumbra en esta caricatura bochornosa e incongruente: la mina continúa en su papel de limosnera medieval.
Fingidoras de orgasmos estéticos y maestras del doble juego; anacoretas trastornados, pendejos optimistas, cagadores de incongruencias, acaparadores de premios, seudoliteratos y farsantes de la artisteada; megalómanos de la caridad pública, adictos a la güevonería, poetas de fibracel e ideólogos de plastilina.
¡No manchen!, andan desfasados arribita de 20 años. Eso les ocurre por excitar tanto el culo y creerse poetas, gracias a los síntomas de la enjundia intelectualoide y del nefasto rockstarismo. Se lucen tejiendo majaderías y colocando a la literatura en los peores extremos del exhibicionismo barato, la charlatanería y la demagogia.
Galimatías, retruécanos, plenonasmos y sintaxis del bochorno. La poesía parece artificio mental de un autista. ¿Quién está dispuesto a perder la comba? ¡Puta madre! ¿Cómo transformar en buena literatura esta pinchi realidad provinciana si está invadida por rehenes de la estupidez? Y lo peor es que hay un consenso a su alrededor.
Nichos atestados de mamarrachos parásitos, mamones oropelescos y de ineptos que han extraviado la testa. Qué execrable perorar.
—Y eso que quieren dedicar sus vidas al arte de la palabra y la escritura.
—¡No mames, güey!
—¿Estas son las nuevas visiones que aportan a la literatura?
—¡No mames, güey!
Tremebundos pancheros y confeccionadores de ditirambos vacuos que sustentan el vulgar tupé y la ufana garla. Con sus deslenguados oficios pretenden magnificar las minucias y reivindicar lo que no existe.
Como se enamoran los turcos en los romances orientales: se deshacen en cumplidos y salvan las apariencias. Arrimarse a su nicho tertulero es peor que meter bajo la almohada un cargamento de cucarachas y alacranes. Son de ésos que dan el ala para comerse la pechuga.
Los hipócritas no sirven a Dios, pero se sirven de Dios para engañar. Encontró minuto preciso para pelar la pava.
Ni siquiera saben dónde quedan los linderos de lo que no es poesía y lo que sí es poesía. Escriben casi al azar sin importarles cómo salga la cosa. Lanzarse a ese abismo sin fondo se ha de llamar inspiracion poética.
Pegotes de la familia de las sanguijuelas; no hay forma de desprenderlos cuando se ponen a cantarle a la oreja al coyote lisiado de la frontera norte.
Locuciones extraidas de la amnesia histórica. Poetas heteróclitos que reciben patrocinio de fundaciones y gobierno. Poetas en plena incompatibilidad con la poesía.
Hay más poetas que lectores. No hay invención literaria, solamente poesía de baja sesera y en funcion del simple impulso de escribir pendejadas; conventuales versos y poemitas de certamen. Pero ellas piensan que entonan elevados cantos que hasta resuenan en el paraíso. Extravagancias del sensualismo más grosero.
Son malisísimos en grado tal que ni siquiera rozan los albores del balbuceo literario; están hundidos hasta el cuello en el fangal de la puerilidad y la ineptitud. No tienen conciencia de lo que están escribiendo. Es posible que jamás se hayan preguntado porqué escriben, qué escriben, cómo escriben y para quién escriben. A estos infelices las circunstancias que rodean y determinan la actividad de un escritor no les interesan, su actitud ante el mundo suele ser simplemente una macana. Nutrida nómina de tozudos que no saben, ni les importa saber, cuáles son las claves de la intensidad intelectual y estética que exige este oficio.
¿No tienen otra manera de revelar su autenticidad de escritores o poetas?; ¿acaso el valor primordial de ser un poeta o un literato reside en acicalar y llenar de afeites una currícula? Así se pisa el umbral de la literatura, meneando el culo y balanceando del cuello las medallas, premios, doctorados y demás corcholatas que han ganado. Sacan las sonajas y los cinturones de cascabel para anunciarle al mundo quiénes son. Con las turgencias curriculares que exhiben pretenden ser distintos en un lugar en el que la pobreza y la anemia cultural los hacen ver como seres abyectos.
A todos ellos le gusta drogarse con un estupefaciente tan enganchador como el opio: la vanidad, hermanastra de la lisonja y prima del camelo. Procurarse esta droga les resulta más importante que el dinero. Dos tres ya son glorias locales, otros apenas suenan en sus capillitas y tertulias, y hay quienes todavía no existen en el mundillo culturoso; escriben como si lo hicieran para nadie o para ellos mismos. En la vida cotidiana son unos desconocidos; preocupados más por sus carreras y por lograr méritos, son incapaces de vincular su trabajo al pueblo porque carecen de un discurso legible; utilizan un lenguaje enmarañado de abstracciones.
La poesía de hoy no tiene eficacia estética si acaso cumple con la sonoridad y el estilo; y no es solamente apuesta de expresión lírica, porque además de expresiva —contemplativa, descriptiva o especulativa— debe ser también crítica. La mayoría de nuestros insignes poetas jóvenes son gente inexperta que carga un pesado furgón de impulsos subjetivos. Nada más.
Toda la estructura esta carcomida por la corrupción y los enjuagues sorderos. Qué expectante composición polimorfa: becarios, premiados, adeptos de capillas, promotores de sus propias intuiciones superyóicas. La usura institucional a flor de piel. ¿Cómo han sido elegidos? Para obviar lo obvio, diremos que con los funcionales “criterios” con los que operan los aviesos intereses personales, las mezquindades y los cuchupos. La hada madrina de las letras bajacalifornianas ha levantado su varita mágica y ha escogido a sus agraciados y agraciadas. No se hace otra cosa que aplicar la misma consigna: «Tú, sí; ella también; ese güey, no; aquella puta tampoco». Los criterios de selección son como una gigantesca mordida en una nalga. Persistente sensualidad en el íntimo espacio, diría el joto de Proust.
A la literatura bajacaliforniana, específicamente en lo que toca a la poesía, le ha sucedido lo mismo que al conde West-west de «El Castillo» de Franz Kafka: se ha perdido entre una brumosa serie de transas, traiciones, compromisos y mediocridades. Y lo peor es que constituye poesía una vil corrupción textual o una pobretona afectación del lenguaje.
La poesía se ha transformado a tal grado que la crítica boba y perezosa llama poesía a otra cosa que no es poesía. Un aviso publicitario o un vulgar lloriqueo sempiterno recibe el calificativo infamante de poesía. Y como subsiste la apoteosis, resulta que cualquier melolengo, paridor de notitas palinódicas, se siente legitimado para autonombrarse poeta.
La poesía nueva está elaborada de manera bravera, sobrecargada de inútiles perendengues, metida en asuntos frívolos y triviales; y, además, fraguada como burda imitación del engusanado vanguardismo o del discurso escolástico que no pasa de oscura locución y de palabrería desabrida.
Una elite de buti mediocridad que se siente muy «cul» mezclándose con el lumpenaje y la macuarrotecnia; acuden a los bajos fondos travistiendo los chupaderos y salones de baile del populacho tijuanense en salitas de lectura. Gente dispuesta a batirse de pecho, nalgas y rodillas en cualquier clase de muladar. Así forjan su sacrificio y simpatía por el pueblo cada vez que organizan su pinchis lecturitas, pero una vez, pasada la efímera fiebre, regresan a su redil, mostrándose desdeñosos hacia la perrada vulgar y haciéndole fuchi a todo lo que huela a chanchina pueblerina. Su solidaridad hacia el estamento pobre y jodido de la sociedad no pasa de ser un verbalismo infantil y rastrero. Esencia del machacado liberalismo pequeñoburgues, «quid» de su existencia como cofradía de desclasados que no llega a tocar punto concreto entre la casta dirigente y la canalla popular.
¿Cómo expurgar las taras y lacras que arrastran quienes se nombran literatos, escritores, hacedores de la palabra imaginaria y recreadores del lenguaje como primer acto de creación? Todo termina por pudrirse y se encara al fenómeno literario con una tremenda dosis de desvergüenza intelectual, con un fariseísmo culturoso, con más aspiraciones de poder, de gloria y de celebridad ramplona que con sensibilidad o virtudes estéticas. Subterfugios y pedanterías de arribistas.
Hay gente que se la nalguea de ser poeta y ni siquiera tiene idea de lo que es la poesía; y se van con el fintón de que si desparraman la palabrería en línea vertical ya están creando poesía. Cabrones. La poesía no es una simple aventura emocional o intelectual. No basta un corazón sensible o una imaginación ardiente para crear poesía.
Qué romanticismo tan podrido y putañero. Ya lo decía Bertolt Brecht: «Aquellos que están enamorados de los conceptos o se entregan servilmente como enamorados a la vanidad de las palabras que experimentan, mediante el conocimiento de su estado incurable todavía un pequeño triunfo: se aferran ciegamente a las planchas del casco del barco que los arrastra consigo al fondo del torbellino». Y qué acertado era Brecht al decir que en los lugares donde los subditos o ciudadanos son unos puercosque que se mean en los pantalones es alli donde es tan necesario consagrar los urinarios como templos. Lo demas es sólo un estado de ánimo.
Ostenta el "récord" de haberse fletado aproximadamente unos mil ochocientos chichicuilotes por el hachazo del Diablo, sin siquiera haber contraído ni un mugroso papiloma, chancro, purgación o gonorrea. Presume de una resistencia erótica superior a la de Mesalina. La mayoría de los paliacates se los había aventado a puro rin pelón, es decir sin que los matadores usaran gorrito de hulefante.
—Éktor, gracias por esas palabras tan bellas. ¿Son versos, verdad? ¿Tú los creaste?
—No, bueno fuera. Son fragmentos que recordé y me gustaron mucho. Pertenecen a Shakespeare.
—(puro pedo, se trata de puras pinchis frases sacadas de telenovelas).
Detrás de esa publicidad, atalayita para embaucar el superyó de los aspirantes a poetas, se esconde el gancho clientelar. Fuera de esa parafernalia de circo mediático no hay nada de poesía. Simplemente un espot publicitario de maniqueísmo barato, igual de asqueroso que las acciones de los políticos o pederastas. Cacarean y transitan por las mismas vías que utiliza la mercachiflería de los anuncios de cheve, cigarros, espectáculos frívolos y estupidizantes.
¡Ah!, tranquilidad y bienestar es lo que pretenden lograr estas nenorras con su modestia escrupulosa. Para que vean que sí hay... lo que hay. Asomémonos hacia donde no prevalece la "moralidad" ni la "virtud", pero en cambio se avizora el debilitamiento de la autoridad del macho y las pudrición de la estructura patriarcal: SHANTAL 18 AÑOS, BARBY GÜERITA, OJOS GRISES, DELGADA CINTURITA, "NO LÍMITES", 044 664-172-5704.
—¿No se le afigura, compa, que la ruca esa no pela un chango a nalgadas como poeta?
—Sí, pero usted no la haga de pedo que yo también voy a jugarla al poetazo.
—Pos… si así está el negocio, allá usted.
—¿Paqué se pone melindroso?
—Pero... y... usted ¿qué provecho va a sacar de esto, compita?
—Jejeje. Luego te cuento...
—Neta que sí. No es cábula; son poetas huecos, vacíos, postizos, abstractos; y en su poesía se olfatea el perfume rancio que el tiempo volatiza y trasmuta en jedor de cagada. Y hay tantas pendejas y tantos pendejos que se dejan engañar por el calor de las velas y el olor a incienso, creyendo que se trata del horizonte del prepucio.
En cuanto se apean las palabras de la boca, sienten ellas que ya son poetas. Deberían aprender bien ese oficio de la poetiada. Antes de asistir a congresitos, a tallercitos y demás pendejeces por el estilo, mejor deberían de meterse en las entrañas de la ciudad, en la animación callejera, en el movimiento que suscitan los obreros, los estudiantes, los comerciantes y los trasnochados. Pero no quieren salir de su babienta concha de nácar y darse cuenta del aspecto enfermo que muestra la ciudad: harapientos tirados en las banquetas, borrachos tumbados en las paradas de los taxis, pirujas rumbo a su casa, malillones corriendo hacia ninguna parte en busca de la cura, malandrines a expensas de chingar a quien se le duerma el gallo. Semejante espectáculo les serviría muy bien de inspiración. Pero es inaudible e invisible en su pinchi mundito de algodón azucarado. Si, acaso, lo único que conocen es el olor a mierda que brota de las alcantarillas (bucales) •
Total, podría figurar en boca del interlocutor cualquier ditirambo o tontería, indiscreción o barbajanería; y lo que profiriera, en virtud de las circunstancias, sería aceptado como verdad absoluta o elevado al rango de la misma palabra del Evangelio. Despachada y agradecida la cursi elocuencia, pues la gracia de su ministerio es embobar pendejos y montar la yegua (y que conste en actas: previamente se desarrolló la hipótesis de los opuestos universales con unos vasos de pisto).
Caprichos absurdos del destino o voluntarismo tirado a la milonga. El proxeneta, fulano con ínfulas de Adonis y que presume de ser un poetazo. Recoge la cuota de los desperdicios y se despide de las ribasalseras dándoles las gracias. Sempiterno pendejo de huevitos tibios que se justifica diciendo: "Ella me supo trabajar, me convirtió en un tipo ancho de narices, y me engolondriné con su flamante categoría de chupona, gorrona, mazcorra y trepadora".
—Me gusta caminar moviendo las caderas como si fuera licuadora; bailar mi enorme trasero. Me gustan más mis tetas que la poesía. El único patrimonio cultural que poseo son mis nalgas.
Ruco de pelo canoso en abundancia, dotado de un cierto carisma de payasito-animador, bohemio retozando eructos de jovialidad que ya ronda arribita de los 50 abriles; jala un banquillo de la barra y lo coloca junto a la mesa que ocupan los libadores y depredadores de pomos de aguacreizi. Y, entre charla, barullo y risas, se beben la vida y le parten la madre a lo poco que queda de poesía. Alegría, nostalgia, coraje, penas, ensoñaciones, esperanzas y demás estados del alma y la existencia; todo cabe en un sorbete de caguama o en un chat de agualoca.
—¿A poco a usted, alguna vez, no se le ha antojado el tamalito de una menor edad?
—¡Qué paso!, ¡no ofenda!
—¡Ah, lo niega, cabrón! Ha de ser usted puñal; solamente los jotos y los mayates no han fantaseado que se ponchan a una chamaquita. ¡No sea pendejo!, precisamente son las menores las primeras que reciben toletazos, y a quienes más fácilmente se les engaña. ¿Qué no se acuerda del Sergio Andrade?
Trabajada así la víbora, ni quién se acongoje. No hay acción que no siga a las palabras; y los suatos al escuchar esta verbosidad de terciopelo, seda y tafetán se estaban viniendo en mierda y se alucinaban en la edad de la pipiola. Ella sentíase la novia de Corinto (bueno, eso digo yo; pero... ¿realmente se tragarían la borrasca?; por lo que aconteció después, yo lo dudo). De cualquier manera, algún efecto debe haber causado el ribete de sainetes, porque ateniéndonos a un adagio quevediano, no hay mujer, por vieja que sea, que tenga tantos años como presunción.
Bajo la influencia de las aguas etílicas, escuchan atentos el discurso de su interlocutor, y como el poetazo tiene fama de parrandero y aficionado a la jarra, pues en la cantina se siente como pez en la guara. Y la pelusa no dice ni pío ni miau, guardando silencio la mayor parte del tiempo, más dispuesta a contemplar personajes y tópicos del lugar que sentir el embrujo de la lírica. Como en la mayoría de las tabernas, nada más se olfatea el olor a aserrín empapado de Pinol.
Aterrizan en el chupadero cuando la sobriedad ya estorba, revolviéndose entre burócratas, morraleros, yupis y borrachines comunes. Arriban al lugar algunas pequeñas glorias literarias de la frontera norte. Por ello a ese bar lo han bautizado con el mote del «Cecutitochiquititito».
Trastorno lúbrico; conmoción impúdica difícil de verbalizar en este relato. Ay, nomás de acordarme me estremezco.
Los sofistas exigían el pago por adelantado. Pero ese no era mi caso, yo bufaba de impaciencia por probar mis armas y la cursilería era para mí algo que ya estaba podrido. Y en efecto, lo cursi —me parece que lo dijo Ortiz de Montellano— es la estética de los pobretones ambiciosos.
Que tiene el cuerpo de una diosa. No pocas morras veinteañeras desearían ser dueñas de un cacharro como el suyo. Esas pompas que veía desbancaban a cualquier pendeja; voluptuosas, hermosas. Un culo de oro. No valorar ese pedorro sería una hipocresía, y desperdiciarlo, pues una estupidez.
Se relamía de gusto los bigotes de perro atolero cada vez que recordaba los momentos en que, por vez primera, probó carne de musa. Y es que el batillo antes de chingarse a la jaina, jamás de los jamases había probado una chutama femenina. Su niñez y casi toda su adolescencia las vivió en un rancho alejado de la «ciri»; y por su aislamiento e ignorancia, viendo fornicar animales en la sierra, fue cuando se le calentó la hormona; y ya harto de tanta chaqueta, sin saber qué jodidos hacer con su primigenia excitación sexual, no tuvo más remedio que consolarse con las gallinas, chivas y burras de sus parientes y vecinos. Así que después de esas aventuras zoofílicas, la primera morra a la que pasó por sus armas fue la (des)afortunada musa de «Apancho y laurel»; y a quien le estuvo rajando leña hasta que se supo que la musa no era musa, sino muso.
Pobres pendejos, no saben que han sido deshonrados en creencia idealista. No son más que cómplices de una fantasía hipócrita.
Ahora el feminismo es un marasmo, un falso shopping, extravagancia de telepantalla, mero escarceo de exhibicionistas de la moda sexual. El discurso feminista de hoy no pasa de simples comentarios frívolos, un chantaje mujeril atado al cordón umbilical. El feminismo es la muerte de la femineidad, y la prueba de ello está en la androginia que nada tiene de imparcial para dar cabida a hembras y machos. Aplastamiento de la sexualidad está instituido en favor de la autoridad masculina. Esa es su misión reguladora —que en su versión más extrema— representa un factor de represión.
Un impalpable ejemplo de la doble moral, creencia filistea que ve en la posición del 69 la marca de la bestia, sirviéndose de los versitos on line, cobrándole cheque a la decadente moral de la sociedad pusmoderna, amparado en un mojigato discurso retorcido.
—Pobre ruca, le pasó de noche la liberación sexual.
—De seguro has de ser de esas mojigatas que, una vez convertidas en señoras matrimoniadas, sus maridos les arriman golpizas y después se las cogen. Y todo como si nada.
Pobre jaina, no hay duda que se le pone roja la boca con poquita sandía y a cualquier taco ella le llama cena; rasgo típico de una pobretona, nacida para morir sin conocer el mundo. Todas sus expectativas de vida se subordinan al servilismo.
Afinando cuerdas vocales o bucales, descarga sobre sus receptores el discurso que la medianía de su ingenio les permite vomitar. No saben ni cómo ni de dónde les viene el atributo de creerse autoridades estéticas en la jiribilla del verso lineal y blando de las pasiones y sensiblerías de hortelano. El negocio es insuflar egos y talonear la felicidad en la jarana y en el apasionado momento del reventón.
—¡Ay, babosa!, ¡qué buen culo tienes! Desde la primera vez que te guaché no pude quitarme el antojo. Es que estás bien buenota, pendeja.
—¡Ay, güey, qué nalgotas te cargas, cabrona! Ahora sí me voy a dar las tres contigo.
—¡No, por favor, no me haga nada!
—Sí, mamacita. No te voy a hacer nada... pero en el hueso.
—¡Acomódate, te voy meter la verga!
—¡Por favor, no lo haga! ¡Soy virgen, nuca he estado con nadie!
—¡Pues ya se te apareció Juan Diego, mamacita! Y siendo que eres cherri, pues menos te me escapas. Te la vas a comer toda. Es más, antes de metértela te voy mamar la pepa pa que esté mojadita y no te duela. Veras qué sabrosa chupada de culo te voy dar.
La galantería y la caballerosidad son sólo paliativos para salvar las apariencias de la injusticia inherente a la condición de la mujer; generosa limosna que funciona a manera de disfraz para dar perpetuidad a la estratificación tradicional. El hombre sigue siendo el patrón doméstico de la mayoría de las mujeres que habitan el mundo. El amor cortés vino a sublimar a la contundente misoginia, más tarde trasmutado en amor romántico. Feminidad como docilidad complaciente, desde el punto de vista político y, porqué no, animadora y objeto sexual desde el punto de vista de la mercadotecnia publicitaria. Con hábil superchería la burguesía exhibe su opulencia y derroche por medio de las mujeres; una forma para azuzar la envidia de la clase baja.
Güeyes chapuceros; su versitos no pasan de confidencias o enjabonaditas que se dan por encimita; murmuraciones de sirvientas para entretener ocios.
Siempre sucede así, la charlatanería domina. Apenas hablan y saltan los perezosos en el parlar. Prefieren ahogarse en mares de adrenalina y nadar en lagunas metafísicas que hacer buena literatura.
—No es fácil cambiar el estilo de embaucarse como hacedor de esperpentos líricos ya desfasados. Y peor tantito, en un lugar como Tijuana. Aquí las cosas andan muy culeronas; aquí hasta el más matón se dice inocente y el demagogo mas mezquino se cree un dechado de sabiduría. Ahora, imagínense a esos mequetrefes que se sienten poetas. Hacen y deshacen a sus anchas, a tal grado que controlan Tijuana como se manipula a una mujer completamente ebria.
Las aspirantes a poetas hacen las locas o las pendejas para pasarla bien. Si aquí la ramera finge ser una gran dama, ¿por qué yo no he de hacer lo mismo? Fingir que soy poeta. Si las putas son putas, no por ello les está vedado el derecho de evadirse momentáneamente del paraíso perdido.
En realidad no es poeta, solamente trata de huir de algo que fatalmente nadie como ella puede esquivar. Las ratas de un barco aunque estén en todo su derecho de abandonarlo no lo pueden ejercer. Todo esfuerzo por ser poeta es en vano. Ella también se ahogará; y no será la primera rata que logre salir viva de ese barco a punto de hundirse. Salió de Sodoma para entrar en Gomorra.
Una mujer (24 años de edad) de las que la mojigatería de hoy —para ocultar las contradicciones que imperan— llama trabajadora sexual o sexoservidora, en vez de su auténtica nomenclatura, o sea puta, o bien, con cariño y menos rigor, prostituta, sostuvo que los melolengos y melolengas de la capillita «Apancho y laurel» están muy lejos de ser poetas.
—Soy más poeta yo —dijo la puta.
Y de las metáforas que las viejas cagüileras usan se deduce tal cuestión:
—Pues la expresión «que vomite el borracho» es también poética. Se refiere a la eyaculación de los espermas; y el verbo «prender» significa cautivar o embelesar y la palabra «madre» significa órgano sexual femenino.
Festejan el «día mundial del poeta» chupando botellas de agua loca. Más que poetas o literatos, son hijos de papi, yúniores, pirrurris que le han entrado a la bohemia esnobista y mamona. Se desenvuelven en el degenere que les brinda su borrachera mariguanil de alta literatura. Fumando moronga o jachis importado, quemando la mejor roca de Portland y chutándose las mejores tachas de éxtasis que un púcher les trajo de San Diego. Así se arman de valor a sus musas y se preparan para la gran cruzada poética en las comarcas de la cofradía de «Apancho y laurel».
—Dios sabe que lo intenté —dice para consolarse y emprendió camino hacia el falso Parnaso—. Total, el fracaso es como el placer, un nubarrón momentáneo que ya se disipará. El mundo es una favela de veneno y mierda; por eso sus delicias poéticas son exclusivas como la igualdad, y tan pasajeras como la vida misma. No hay razón para hacerse mala sangre. Si hay borrachos es porque hay caguamas; ergo, si hay coños es que hay putas; y si hay poetas malones es por que hay poesía.
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